De mi madre heredé (creo) el gusto por vitrinear. Era casi una tradición que cuando recién mi papá le daba el gasto, nos íbamos a comer a Al Macarone y a vitrinear al centro comercial Montserrat. Seguramente fuimos cambiando de lugar conforme los tiempos cambiaban la moda, pero eso es irrelevante. El hecho es el mismo: éramos amantes de andar viendo la última moda aunque no compráramos nada.